domingo, 9 de agosto de 2015

Eneas

   Aquí también "se complica"... es mi amigo de toda la vida; de hecho siempre insistió en que "somos hermanos". Él siendo hijo único, claro. Alguien que tiene hermanos, y sobre todo alguien que tiene un buen concepto de la familia, sí acepta tomar "de hermanos" a los amigos, pero seguramente con mucha menor profundidad que un hijo único, más allá de que ambos se tomen claramente bien en serio esa amistad, y de los hechos de ambos para honrarla. De hecho, a menudo los hijos únicos no necesariamente honran bien las amistades. Y eso nos trae a este relato...

   Desde jardín de infantes... esta es la amistad más duradera entre las amistades. Primaria, Secundaria; merendar juntos y hasta hacer piyamadas. Los padres amigos, y todo eso que habla de mejores amigos siempre. "Para toda la vida", por decirlo sintéticamente. Esa clase de amigos que a menudo terminan haciendo amigos a los propios hijos. Nosotros no llegamos a tanto. Pero somos como hermanos; eso es cierto. Infinidad de viajes y de vivencias juntos hemos tenido. Estos últimos años algo cambió. Aquí sí puedo decir claramente que quizás fui yo mismo. Que quizás fui yo el cambio más notable. Yo hasta los 30 fui bastante común: tenía relaciones prematrimoniales, y todo un lenguaje muy diferente del de "relaciones prematrimoniales". Convivía con chicas. Y hablaba de chicas como todo mundo. Hoy no... sigo hablando de chicas, pero de un modo mucho más católico: voy a misa a diario incluso, y eso fue quizás un cambio inesperado.

   Los dos cambiamos... él "se intensificó" por decirlo de algún modo, en esto que es sencillamente "aprovechar la soltería" desenfadadamente. Mientras que yo me intensifiqué por el lado de la religión, que no obstante siempre estuvo muy presente en mí desde pequeños. Un par de peleas bastaron para que estuviéramos separados durante varios años. Justo ahora estamos también en uno de esos períodos tras discusiones en las que, sencillamente, nadie quiere pedir perdón. Él porque la contó cambiada; yo porque le doy al mea-culpa un valor sobredimensionado. En fin... lo extraño, obviamente. Pero no quiero volver a cualquier precio.

   Hay respecto de Eneas, y también de Paula, una moraleja interesante respecto de las relaciones: hay que saber pedir perdón. Uno a veces, sin querer o quizás sin darse cuenta, la "cuenta cambiada", y solo se convence de que fue el otro el que estuvo mal; y -no- es así. Uno se auto-engaña. Y desde el auto-engaño, ¿cómo poder disculparse?. Ambos me gritaron... mis mejores amigos de toda la vida, sí. Y fue más de una vez; yo aquí la cuento muy amorosamente, porque yo soy muy amoroso y seguramente me extrañan. Soy muy confiable, y seguramente me extrañan, y mucho. Pero a veces siento que no esperan mi decisión de esperar una disculpa: es como si ello no condijera con el amigo "todo terreno" que soy. Y no es así... yo puedo ser muy bueno, pero también muy justo, y esperar que se sepan disculpar también para que no se vuelva a repetir. Es una exigencia... pero hasta Dios las tiene, y es Dios: ¿quién dudaría de su Amor?.

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